Yo, soy mi hijo, mi padre, mi madre y yo mismo. Pero no entré en
este mundo por las puertas de la matriz. Mi nacimiento ha sido una lucha
horrible, una guerra espantosa, un pecado sin nombre.
Así define el poeta, dramaturgo y actor francés, Antonin Artaud, su llegada al mundo de los mortales. Las infinitas experiencias que acompañan su vida desde la niñez, plagada de dolores y paranoias, germinan en él una inusitada concepción artística, descrita como una locura por los médicos, que con electrochoques, minaron su talento, lleno de desequilibrada lucidez, incomprendida por la sociedad de su tiempo pero admirada por el teatro de la posteridad.
Su visión maniqueísta del mundo inmerso en excesivas devociones y escépticas decepciones, la refleja desde su pensamiento, hasta el punto de cavilar incesantemente hacia las profundidades del alma humana en busca de encontrarse con su impronta para comenzar un redescubrimiento en pro de una segunda nueva creación de percepciones en el ser humano, basadas en la sinceridad completa, el abandono de de los prejuicios, los conceptos radicales y el éxodo de todos los sistemas que desdibujan la realidad de la especie humana.
Los dolores físicos y las afectaciones mentales, hacen que Artaud conciba una nueva estética teatral alejada de los convencionalismos y las puestas en escena habituales entre los dramaturgos para manifestar al público su particular método de auto purificación; algo que Artaud practicó en los escenarios, los estudios cinematográficos y los centros de reposo mental, que tanto odió en vida. Y fue allí, donde aprendió a refugiarse en los abismos de su propio ser.
Una obra llena de sangre y violencia interna, es resumida en una sola palabra: CRUEL. Con este fundamento filosófico, surge el Teatro de la Crueldad, que con el tiempo sentaría las bases de las vanguardias del siglo XX. Para Antonin Artaud, la misión del teatro es influenciar al espectador, por lo que él utiliza para sus obras, mezclas de luz y ejecuciones sonoras extrañas que causan violentas reacciones físicas en la audiencia.
La supresión del texto hablado innecesario, contribuye a captar toda la atención del espectador con las expresiones gestuales, como lenguaje único capaz de impulsar al ser humano a que descubra su esencia tras destrozar la máscara de su ficticia realidad, en términos físicos y de pensamiento.
Ésta combinación de movimientos y gestos marcados por el actor así como la eliminación de decorados y escenarios fabricados, obliga a los asistentes a confrontar su fuero interno, su moralidad, su hombre interior, para liberar el inconsciente personal y colectivo, aún en contravía de las razones de la lógica.
Su obra propone al espectador un cuadro surrealista, casi irracional y mágico que lo lleva a hacer conciencia de la violencia y la crueldad que dominan las fuerzas naturales de su interior, cuyo inconsciente desea ardientemente liberarse mediante sangrientas y chocantes imágenes físicas llenas de plasticidad y estética dramática.
Al igual que Antonin Artaud en su época, los seres humanos buscan actualmente encontrar razón de sí mismos, con sus debilidades, anhelos y pasiones que los inquietan constantemente pero que a su vez, les atraen enormemente.
El recuerdo de una infancia marcada por el dolor o quizá por la
alegría, como la de Artaud o la de muchos otros, guía las pisadas del hombre
rumbo a un abismal futuro y sin que éste pueda escapar de su inevitable
destino: Hallarse dentro de sí.
Tal vez sea demasiado pretensioso sacar a flote todos los sentimientos y emociones represados de años en un solo acto pues se ha aprendido a expresar las cosas “como es debido” sin tener en cuenta la particularidad subjetiva del individuo o la unicidad del momento presente. Cada ser con todo lo que atesora dentro de sí , procura desalienarse de las desviaciones que, voluntaria o involuntariamente, ha aceptado como propias, las cuales lo han llevado a sentirse (y a verse) como un infeliz.
Así como Vincent Van Gogh, el genial pintor holandés, a quien
Artaud calificó como “el suicidado de la sociedad” (de su sociedad), todos sin
excepción, buscamos ese lugar donde se encuentra el verdadero yo humano, con
toda la determinación que esto implica, hasta llegar al punto de despojarse de
la tranquilidad que brindan las seguridades y certezas alcanzadas durante
años por un mundo nuevo, lleno de enigmas e incertidumbres por desafiar, pero
más realizante.
Un viaje hacia un lugar desconocido, una profesión diferente, la aventura de un amor incipiente, un menor salario o de pronto, un fracaso inminente, son factores que nos atemorizan e inmovilizan. Y así sucede no porque el destino lo proyecte de tal manera sino porque cada uno ha decidido conformarse al pragmatismo de lo fácil y lo conocido sin arriesgarse a cambiar su sociedad cambiándose primero a sí mismo.
Sin entrar a discutir la conveniencia o la normalidad de las impresiones de Antonin Artaud, su legado es útil para recordar que la principal causa del hombre es el hombre mismo, capaz de ingeniar cosas asombrosas, de sentir profundamente, de amar sin límites, y hasta de saber morir para luego vivir con intensidad.
Por lo demás, cada uno dentro de las posibilidades de su mente, es quien establece los límites para la propia realización con el infinito deseo, no de llegar a ser, sino más bien de descubrir cómo es en realidad, para a partir de ese punto, imponerse la única ocupación válida para el hombre de todos los tiempos: Rehacerse a sí mismo.