“Estamos preparados para la guerra como para
la paz”. Con
estas palabras el presidente Santos, anunció el inicio de las negociaciones de
paz que lleven a su fin el conflicto armado que por décadas ha vivido Colombia
con las consecuentes expectativas que tal suceso genera en la ciudadanía
colombiana.
La atención de la prensa nacional
y extranjera enfocada hacia este acontecimiento de trascendencia política,
económica y social, hizo que los integrantes de los grupos negociadores entre
subversión y gobierno, acapararan titulares, portadas voces e imágenes del
momento para la posteridad. Pero infortunadamente, se notó la ausencia de
quienes también hacen parte del conflicto y cuya notable aportación ha sido
numerosa en muertes y pobreza consecuente.
Las víctimas, personas olvidadas
de todas las guerras que recuerda la humanidad, brillaron por su ausencia en el
espectáculo mediático que rodeó la génesis del camino a la paz tan anhelada desde
tiempos remotos.
No hubo fotos, voces o rostros
que representaran la memoria de los miles de muertos que han dejado las balas
fratricidas. Tampoco se mencionaron como medio de integración a la mesa de
diálogo que empieza en octubre, en la imponente Oslo, con su afamado castillo
de Akershus, el expresionismo de Munch y el parque de esculturas de Vigeland
como marco cultural e histórico de tal acontecimiento.
Sólo en Colombia, alejados de la
espectacularidad de los medios, las víctimas junto con sus recuerdos, se han
hecho sentir de diversas maneras. Buscando respuestas a su dolor, alivio a su
soledad, certeza en la inquietud o tal vez, reclamando un instante de justicia
luego de muchos años de paciente y dolorosísima espera.
Otros, en medio de esas incertidumbres
y desesperanzas, indagan por sus familiares desaparecidos de años, con el
silencio o la indiferencia como su única respuesta. Mientras tanto, en las
elegantes mesas se habla acerca de realidades que muchos de sus integrantes
ignoran por decisión u omisión.
Tras la retórica presente de
parte y parte, este nuevo intento de pacificación en el país debería abarcar a
todos los sectores de la sociedad azotados por la violencia rural y urbana,
especialmente a los menos favorecidos, a los privados de los altoparlantes de los
medios, quienes aún en las más extremas condiciones, resisten los embates de la
injusticia y la apatía de sus compatriotas respecto de su situación.
Los espejismos de la guerra permiten
que la ignorancia crezca y el estancamiento como país sea cada vez más
evidente. La voz del pueblo como víctima principal debe ser tenida en cuenta,
necesita ser oída durante todo este devenir hacia el perdón y la reconciliación
a fin de tener la plena convicción que no solamente cesará el sonido de los
cañones y las balas, sino también se desvanecerá la desigualdad social, otro de
los principales factores que generan violencia.
Cual velero en altamar,
el proceso de paz para Colombia se interna en las aguas de la esperanza. El
deseo de todos los que habitamos en este país, es que definitivamente se
navegue hacia dicho puerto, a pesar de las turbulencias, las tormentas o los
torpedos amenazantes de la memoria que surjan en el trazado.
Aquellos protagonistas de
inspiraciones anónimas, quienes alguna vez estuvieron entre nosotros y cuya estela
perdura, incluso en el dolor de la ausencia de sus familias, también impulsan
los pequeños pasos hacia la paz, hacia la conciencia manifiesta que nos haga
comprender, como advierte Liev Tolstói en su inolvidable Guerra y Paz, que en ésta o en
cualquier otra época, siempre carecerá de sentido otra inútil efusión de sangre.
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