11 de septiembre de 2012

Paz sin omisiones



“Estamos preparados para la guerra como para la paz”. Con estas palabras el presidente Santos, anunció el inicio de las negociaciones de paz que lleven a su fin el conflicto armado que por décadas ha vivido Colombia con las consecuentes expectativas que tal suceso genera en la ciudadanía colombiana.

La atención de la prensa nacional y extranjera enfocada hacia este acontecimiento de trascendencia política, económica y social, hizo que los integrantes de los grupos negociadores entre subversión y gobierno, acapararan titulares, portadas voces e imágenes del momento para la posteridad. Pero infortunadamente, se notó la ausencia de quienes también hacen parte del conflicto y cuya notable aportación ha sido numerosa en muertes y pobreza consecuente.

Las víctimas, personas olvidadas de todas las guerras que recuerda la humanidad, brillaron por su ausencia en el espectáculo mediático que rodeó la génesis del camino a la paz tan anhelada desde tiempos remotos.

No hubo fotos, voces o rostros que representaran la memoria de los miles de muertos que han dejado las balas fratricidas. Tampoco se mencionaron como medio de integración a la mesa de diálogo que empieza en octubre, en la imponente Oslo, con su afamado castillo de Akershus, el expresionismo de Munch y el parque de esculturas de Vigeland como marco cultural e histórico de tal acontecimiento.

Sólo en Colombia, alejados de la espectacularidad de los medios, las víctimas junto con sus recuerdos, se han hecho sentir de diversas maneras. Buscando respuestas a su dolor, alivio a su soledad, certeza en la inquietud o tal vez, reclamando un instante de justicia luego de muchos años de paciente y dolorosísima espera.

Otros, en medio de esas incertidumbres y desesperanzas, indagan por sus familiares desaparecidos de años, con el silencio o la indiferencia como su única respuesta. Mientras tanto, en las elegantes mesas se habla acerca de realidades que muchos de sus integrantes ignoran por decisión u omisión.

Tras la retórica presente de parte y parte, este nuevo intento de pacificación en el país debería abarcar a todos los sectores de la sociedad azotados por la violencia rural y urbana, especialmente a los menos favorecidos, a los privados de los altoparlantes de los medios, quienes aún en las más extremas condiciones, resisten los embates de la injusticia y la apatía de sus compatriotas respecto de su situación.

Los espejismos de la guerra permiten que la ignorancia crezca y el estancamiento como país sea cada vez más evidente. La voz del pueblo como víctima principal debe ser tenida en cuenta, necesita ser oída durante todo este devenir hacia el perdón y la reconciliación a fin de tener la plena convicción que no solamente cesará el sonido de los cañones y las balas, sino también se desvanecerá la desigualdad social, otro de los principales factores que generan violencia.

Cual velero en altamar, el proceso de paz para Colombia se interna en las aguas de la esperanza. El deseo de todos los que habitamos en este país, es que definitivamente se navegue hacia dicho puerto, a pesar de las turbulencias, las tormentas o los torpedos amenazantes de la memoria que surjan en el trazado.

Aquellos protagonistas de inspiraciones anónimas, quienes alguna vez estuvieron entre nosotros y cuya estela perdura, incluso en el dolor de la ausencia de sus familias, también impulsan los pequeños pasos hacia la paz, hacia la conciencia manifiesta que nos haga comprender, como advierte Liev Tolstói en su inolvidable Guerra y Paz, que en ésta o en cualquier otra época, siempre carecerá de sentido otra inútil efusión de sangre.

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