Cubierto
por la oscura noche y abierto a los infinitos caminos de mi mente, una visión
asombrosa se presenta en mis sueños con un enigmático mensaje.
Camino
de mi hogar, encuentro a mi paso, un pequeño grupo de personajes sentados en la
periferia de una higuera de agua como si esperaran hallar algo de gran valor.
Seres provenientes de cerca y de muy lejos -por la diversidad de sus vestiduras-
hablan entre ellos como si de sus disertaciones dependiera el porvenir de toda
la urbe conocida.
Y
entre ellos un hombre de blancos cabellos, negruzcos vestidos y mirada fría, me
hace una seña y ante mi sorpresa, me invita a acompañarlos. Ya en medio de
ellos, quiero conocer lo que conversan y asimismo, aprender algo desconocido o
tal vez, que ya había olvidado.
Con trémula voz le pregunto:
- “¿Por qué esta sombría
encrucijada entre el valor real y el efímero precio de las personas?
Con
firme palabra me respondió:
-
“Definitivamente, la percepción del dinero. Lo que mediante el dinero es
para los hombres, lo que pueden pagar, es decir, lo que el dinero puede
comprar, eso son, poseedores del dinero mismo. Su fuerza es tan grande como lo
sea la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son las cualidades de ellos
y sus fuerzas esenciales. Lo que son y lo que no son, no están determinados en
modo alguno por su auténtica individualidad”
Sorprendido
por su aguda e interesante enunciación, aunque confusa para mí, le pregunto:
-
“¿Quiere decir que incluso lo que sentimos, se determina por los bienes o el dinero?
Señalando
a una elegante y bellísima doncella vestida de rojo carmesí quien camina de la
mano de un risible rentista, me responde con una sonrisa burlona:
-
“No son atractivos pero podrían comprar la más hermosa de las mujeres; por lo
tanto, no son desagradables pues el efecto de la fealdad, su fuerza
ahuyentadora, es aniquilada por el dinero”
Ante
la mirada de los demás compañeros de tertulia, me indica el lugar de gobierno
donde personajes de pulcro vestuario y dudosa moral -en su opinión- entran y salen.
Luego prosigue:
-
“Según la individualidad, son impedidos; pero el dinero les procura miles de
caminos luego no son unos incapacitados. Hay hombres malos, sin honor, sin
conciencia y sin ingenio pero se honra al dinero que poseen, luego también ellos
‘’son” buenos, honorables, conscientes e ingeniosos a lo sumo”
Confirmo
con mi cabeza, recordando la tierra lejana que un día dejé. Con mayor
inquietud, le pregunto:
-
Entonces, ¿cómo distinguir la valía de aquello que conocemos como dinero?
Arregla
su bufanda de color gris mientras el grupo escucha en silencio a aquel
personaje. Luego, nos observa, alza su cabeza ante todos, respira profundo y
habla:
-
El dinero es el bien supremo luego es bueno quien lo posee. El dinero evita,
además, la molestia de ser deshonesto luego se presume que somos honestos. Sí,
alguien es estúpido pero el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas.
Entonces, ¿cómo podría carecer de ingenio aquel poseedor?
No
sé qué responderle. Me veo como un total ignorante entre ellos. Los demás
guardan un silencio casi ritual y aguardan con respeto su turno de intervenir.
Pido permiso para preguntar una vez más:
-
¿Quiere decir que las virtudes, la capacidad propia y el trabajo, no garantizan
plenamente un futuro excelente?
Mirándome
fijamente a la vez que otro hombre vestido con un kimono negro me alcanza una
taza con una bebida caliente, responde con sarcasmo:
-
El dinero puede, por lo demás, comprarse gentes ingeniosas. ¿Y no es quien
tiene poder sobre las personas inteligentes más talentoso que el mismo
talentoso?
Con
cierta desazón, le ruego que me enseñe cómo resistir tal fuerza para superar la
crisis que vivo. Él observa a uno de los maestros que lo acompañan y por
primera vez, le pregunta:
-
¿Es que no poseemos, todos los poderes humanos, sin que mediante el dinero
podamos alcanzar todo lo que el corazón ansía?
Aquel
compañero de tertulia, vestido de desierto, dirige su vista hacia mí y
escribiendo en la tierra rojiza, nos dice:
-
“Hagan y cumplan todo lo que dicen pero no los imiten ya que ellos enseñan pero
no cumplen”
De
inmediato, recuerdo aquella sentencia, reconozco a aquel personaje y a todos
los que están allí con él. Es como si un velo hubiera caído de mis ojos y me
siento feliz por compartir este momento con ellos.
El sol cae, llega la
noche y con ella, el momento de volver a casa. Me despido de cada uno y ellos, a
su vez, me expresan algunas palabras. El primero en hacerlo es Krishna, el dios pastoral de piel azul que toca magistralmente
la flauta, quien me dice:
- El Señor Bhagavan te advierte que por lo
que no deberías quejarte, te quejas, aunque con fino lenguaje te expresas.
Recuerda que ni por los vivos ni por los muertos muestran los sabios algún
desconcierto. Es tu responsabilidad decidir qué destino forjar”
Luego, Mahoma aún con su pecho abierto y la mirada
puesta en la solitaria multitud que habita la ciudad, me habla con gran
autoridad:
- Ellos son los que han comprado el error con la
moneda de verdad; pero su comercio no les ha aprovechado. Se asemejan al que ha
encendido fuego pues cuando sus llamas han difundido su claridad sobre los
objetos que los rodean y cuando Allah lo quita de pronto, los deja en las
tinieblas y no pueden ver.
Sorprendido por la severidad de sus palabras y sumido en una enigmática atención
a todo lo que ocurre, permanezco en silencio. El hombre del kimono negro es Confucio,
maestro de primavera y otoño que se dirige a mí con estas palabras:
“Sigue el Tao, recorre el Camino de los Sabios”
Tras sus pasos, Buda, tranquilo e
impasible ante mi inquietud agobiante, se acerca y en voz apenas audible, me dice:
- Forastero, a través de tu
concentración y sabiduría moral, domina tu ego, logra superar tu profunda
ignorancia y renuncia a las ataduras terrenales que te hacen sufrir, incluso con
lo que más amas”
Después, Sócrates acompañado de Platón y Aristóteles, me
habla con su particular arte de alumbrar los espíritus:
- “¿Crees que no estamos unidos
aunque con rasgos generalmente separados? ¿Piensas que hablamos distintas
lenguas? ¿Pretendes decir que pensamos de forma superior a tu parecer? ¿Aún
piensas que poseemos tu verdad?”
En medio de tanta extrañeza por
lo que sucede, aquel personaje de negruzcos vestidos, se acerca hasta mí
junto al último de los maestros que se hallan junto a la fuente. Son Marx y
Jesús. Sonríen y charlan amenamente como viejos amigos e incluso intercambian
algunos pergaminos dorados. Jesús se adelanta, toca mi hombro con su mano
izquierda. No habla. Solamente me observa.
Con el rostro en tierra le digo:
- “Señor, envíe por medio de quien debe enviar. No soy mejor que
mis padres. Permítame regresar a casa”
Él me dice:
- “Si alguien camina de día, no tropezará porque ve la luz del día.
Pero quien transite de noche, caerá porque carece de luz”
Envueltos por una luz radiante en medio de la penumbra nocturnal,
todos se alejan. Y aunque deseo estar por siempre entre ellos, sé que no es
posible lo cual me hace llorar como un niño. Al final, sin emitir gesto alguno,
dejan para mí -y para quien lo reciba, así lo dijeron- un último mensaje
que trasciende las voces del tiempo y el espacio:
- “No volveremos a encontrarnos
de la misma manera, pero cada uno de nosotros, a su tiempo, en su lugar, marchará
siempre a tu lado como peregrino y amigo”