4 de junio de 2012

En nombre de las Rosas

(Elegance 0052 - Rob Hefferan)

Atroz, criminal, salvaje, inhumano, cruel, entre otros, han sido los calificativos que hemos captado luego de conocer el horrendo crimen cometido contra Rosa Elvira Cely en un parque de Bogotá. Ahora, luego de la oleada social e informativa derivada, se hace urgentemente necesario, contemplar en perspectiva la magnitud real de este hecho para que como tantas veces hemos expresado a través de diversos medios, casos como éste jamás vuelvan a ocurrir.

Jorge Luis Borges expresa que somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes y un montón de espejos rotos. Tenemos en nuestras manos, el poder de recordar en procura de construir un mejor porvenir. Y es que situaciones violentas similares a las vividas por esta madre colombiana, son asuntos constantes en nuestro país. En la marcha realizada este domingo 3 de Junio, la alta consejera para la Equidad de la Mujer, Cristina Plazas, recordó que en el 2.011 se registraron más de 50 mil actos de violencia de todo tipo contra las mujeres. Una cifra de por sí alarmante.

Pero no se trata solamente de mostrar ante los medios de comunicación, la efusividad de momento por el dolor que produce conocer en detalle lo que sucedió sino también comprender cuál es nuestro rol dentro de la sociedad colombiana, considerada por algunos, una sociedad tan enferma como desesperanzadora. Sin embargo, queda mucho por hacer al respecto. Aunque unos pocos inadaptados piensen lo contrario.


Una ocasional exteriorización de sentires como protesta frente a la violencia hasta el presente, no ha sido suficiente. Es preciso no olvidar a las miles de víctimas que al igual que la estudiante del colegio Manuela Beltrán de Bogotá, vivieron, o peor aún, viven hoy sometidas (contra su voluntad) a los caprichos de sus agresores. Llevar en la memoria a aquellas mujeres que ya no están físicamente y a quienes llevan en sus cuerpos y almas, las marcas de la barbarie humana demostrada de formas muy diversas, debe tomarse como nuestra primera responsabilidad.

Lamentablemente, nuestra indiferencia, el olvido social, la evidente discriminación, los estereotipos tan marcados en torno a la belleza y lo culturalmente admisible así como la falta de denuncias por parte de las víctimas y la ineficacia en el sistema judicial colombiano, han permitido que se repita una y otra vez esta clase de sucesos que concluyen con la reunión de voces indignadas ante la aparición de un nuevo caso, que va más allá de ser una simple estadística.

Y ante tantas décadas de violencia en Colombia que ha dejado generaciones malogradas, es tiempo de despertar realmente nuestra conciencia individual y colectiva sobre las reiteradas y múltiples formas de violencia que ante nuestra mirada aún perjudican a nuestras madres, hermanas, hijas, esposas, compañeras y amigas.

Quizá el conocer a fondo estas dolorosas historias, nos haga conocer esa otra forma de violencia contra las mujeres como lo es la indolencia social, donde todos somos como ese montón de espejos rotos a los que se refiere Borges, en donde nadie puede mirarse a sí mismo o siquiera reconocerse como humano.

La muerte de Rosa Elvira Cely se suma a una larga lista de víctimas (muchas de ellas anónimas) producida por la intolerancia, el conflicto armado y las otras formas de violencia presentes en nuestro país. Para algunos sólo será un número más; para otros, tal vez una forma de captar audiencias. Pero para la mayoría de colombianos (si no, todos) debe ser un llamado a educar a nuestras niñas y niños frente a los fenómenos violentos que directa o indirectamente nos han afectado en un momento de la vida.

Como expresa Jhon Donne, estamos ligados por nuestra humanidad, una condición que nos permite ser capaces de comprender la tragedia ajena, el dolor cotidiano y el clamor de justicia. Ése vínculo indisoluble será nuestro alegórico Hilo de Ariadna que nos guiará a la salida del laberinto, conscientes de que no somos islas completas en nosotros mismos porque si algún ser humano muere, ésa muerte nos golpea, nos hiere y también nos disminuye a todos. 

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