(Elegance 0052 - Rob Hefferan)
Atroz, criminal, salvaje,
inhumano, cruel, entre otros, han sido los calificativos que hemos captado
luego de conocer el horrendo crimen cometido contra Rosa Elvira Cely en un
parque de Bogotá. Ahora, luego de la oleada social e informativa derivada, se
hace urgentemente necesario, contemplar en perspectiva la magnitud real de este
hecho para que como tantas veces hemos expresado a través de diversos medios,
casos como éste jamás vuelvan a ocurrir.
Jorge Luis Borges expresa que somos
nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes y un montón
de espejos rotos. Tenemos en nuestras
manos, el poder de recordar en procura de construir un mejor porvenir. Y es que
situaciones violentas similares a las vividas por esta madre colombiana, son
asuntos constantes en nuestro país. En la marcha realizada este domingo 3 de
Junio, la alta consejera para la Equidad de la
Mujer, Cristina Plazas, recordó que en el 2.011 se registraron más de 50 mil
actos de violencia de todo tipo contra las mujeres. Una cifra de por sí
alarmante.
Pero no se trata solamente de mostrar ante los medios de comunicación, la efusividad de momento por el dolor que produce conocer en detalle lo que sucedió sino también comprender cuál es nuestro rol dentro de la sociedad colombiana, considerada por algunos, una sociedad tan enferma como desesperanzadora. Sin embargo, queda mucho por hacer al respecto. Aunque unos pocos inadaptados piensen lo contrario.
Pero no se trata solamente de mostrar ante los medios de comunicación, la efusividad de momento por el dolor que produce conocer en detalle lo que sucedió sino también comprender cuál es nuestro rol dentro de la sociedad colombiana, considerada por algunos, una sociedad tan enferma como desesperanzadora. Sin embargo, queda mucho por hacer al respecto. Aunque unos pocos inadaptados piensen lo contrario.
Una ocasional exteriorización
de sentires como protesta frente a la violencia hasta el presente, no ha sido
suficiente. Es preciso no olvidar a las miles de víctimas que al igual que la
estudiante del colegio Manuela Beltrán de Bogotá, vivieron, o peor aún, viven
hoy sometidas (contra su voluntad) a los caprichos de sus agresores. Llevar en
la memoria a aquellas mujeres que ya no están físicamente y a quienes llevan en
sus cuerpos y almas, las marcas de la barbarie humana demostrada de formas muy
diversas, debe tomarse como nuestra primera responsabilidad.
Lamentablemente, nuestra
indiferencia, el olvido social, la evidente discriminación, los estereotipos
tan marcados en torno a la belleza y lo culturalmente admisible así como la
falta de denuncias por parte de las víctimas y la ineficacia en el sistema
judicial colombiano, han permitido que se repita una y otra vez esta clase de
sucesos que concluyen con la reunión de voces indignadas ante la aparición de
un nuevo caso, que va más allá de ser una simple estadística.
Y ante tantas décadas de
violencia en Colombia que ha dejado generaciones malogradas, es tiempo de
despertar realmente nuestra conciencia individual y colectiva sobre las
reiteradas y múltiples formas de violencia que ante nuestra mirada aún perjudican
a nuestras madres, hermanas, hijas, esposas, compañeras y amigas.
Quizá el conocer a fondo estas
dolorosas historias, nos haga conocer esa otra forma de violencia contra las
mujeres como lo es la indolencia social, donde todos somos como ese montón de
espejos rotos a los que se refiere Borges, en donde nadie puede mirarse a sí
mismo o siquiera reconocerse como humano.
La muerte de Rosa Elvira Cely
se suma a una larga lista de víctimas (muchas de ellas anónimas) producida por
la intolerancia, el conflicto armado y las otras formas de violencia presentes
en nuestro país. Para algunos sólo será un número más; para otros, tal vez una
forma de captar audiencias. Pero para la mayoría de colombianos (si no, todos)
debe ser un llamado a educar a nuestras niñas y niños frente a los fenómenos
violentos que directa o indirectamente nos han afectado en un momento de la
vida.
Como expresa Jhon Donne,
estamos ligados por nuestra humanidad, una condición que nos permite ser
capaces de comprender la tragedia ajena, el dolor cotidiano y el clamor de
justicia. Ése vínculo indisoluble será nuestro alegórico Hilo de Ariadna que
nos guiará a la salida del laberinto, conscientes de que no somos islas
completas en nosotros mismos porque si algún ser humano muere, ésa muerte nos
golpea, nos hiere y también nos disminuye a todos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario