4 de julio de 2012

Antes y después de la indignación


La persistencia de la memoria - Salvador Dalí  (1.931)

Pasado el clima de efervescencia y exacerbado furor, generado en la reciente semana por las decisiones amañadas de la mayoría de los congresistas colombianos, es tiempo de observar en perspectiva lo que hemos vivido, lo que ha pasado y lo que vendrá en el panorama.

El alto desprestigio de la dirigencia política del país no es noticia de última hora ni sus muchas irregularidades son sucesos inesperados. Sin embargo, todo ese huracán de reacciones provocadas en la sociedad, contrastan por su forma (y quizá por su fondo) en escenarios muy distintos al actual donde la pasividad y la apatía por el bienestar común han dado paso al clamor general.

Impresiona recordar que todos estos personajes que hoy son señalados como autores de maniobras legislativas y jurídicas en beneficio propio, ayer fueron aclamados como dignos representantes del pueblo, ávido de equidad y justicia social, términos frecuentemente usados en los slogans de campaña. Entonces, si es que existió alguna vez, ¿dónde y cómo se perdió esa credibilidad?

Las múltiples respuestas a este interrogante pueden abarcar diversas razones ideológicas, sociales y económicas. Sin embargo, todos los caminos conducen a un solo actor protagónico con un poder decisivo: El ciudadano y su voto como fundamento del actual sistema democrático colombiano cuyo censo electoral registra más de 30 millones de personas aptas para ejercer dicho derecho.

Y el día de elecciones, sin cámaras de televisión, sin el furor masivo y sin impulsos emocionales de ocasión, es el momento para expresar una vez más, nuestra indignación con quienes ostentan el poder a favor de sus intereses o premiar a aquellos legisladores y gobernantes honestos, que increíblemente los hay, por su labor en beneficio del pueblo. (Aunque es difícil de creer, como dice Cerati en su mítica Persiana Americana).

Es probable que muchos de esos nombres mencionados y muchos rostros manifiestos por sus propias declaraciones (algunas muy equivocadas) se presenten en las próximas elecciones como si nada hubiera pasado o como si un plato de comida, una prebenda electorera o unos cuantos billetes que no alcanzarán para saciar la honda ignorancia, fueran la solución definitiva a tantos problemas que se viven actualmente en nuestras ciudades. 

Por eso, no es sano acallar la voz de nuestra indignación, amplificada por los altoparlantes de la virtualidad y los espacios en los medios masivos de comunicación, cuyos voceros reflejan el estado de los movimientos sociales cuyos miembros reaccionan ante la insensibilidad a todo nivel de aquellos que nos representan en las esferas del gobierno local, regional o nacional.

Y ojalá que la amnesia casi inamovible que se vive en cada ciclo electoral, no sea la protagonista invisible en 2014. La responsabilidad también es de nosotros, los ciudadanos, que con cada voto no solo sumamos a una fría estadística sino que otorgamos derechos representativos a alguien para que decida lo más conveniente para nosotros y nuestras familias. Si elegimos bien, otorgaremos un bien para bien; si elegimos mal, sea cual sea la motivación, el resultado será idéntico a su causa. ¿Y después qué?

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