17 de julio de 2012

Sal insalubre


El Beso de Judas - Caravaggio (S. XVI)

Los principios de cualquier creencia religiosa están ligados a la moral, la espiritualidad y la praxis de sus enseñanzas plasmadas en sus libros sagrados. Y muchos líderes son, o deberían ser, conscientes de ello. Sin embargo, sucesos ocurridos con algunos de esos llamados “siervos del Señor” que dejan al descubierto escándalos de abusos de todo tipo demuestran lo contrario.

Pero no es solamente el caso del “pastor” Álvaro Gámez en Colombia, los abusos en una escuela de Yoga argentina o el engaño de una mujer uruguaya que el Señor supuestamente envió para que esclavizara a sus fieles trabajando gratis en sus negocios particulares, lo que escandalizaría al más fervoroso seguidor de dichas comunidades.

Según los escritos del evangelio, Jesús compara a sus seguidores como luz para la oscuridad, sal para la tierra. Quizá preveía que nuestro andar por este planeta no sería una continua exaltación a la alegría o el goce perpetuo. Y en virtud de ello, dejó su legado en manos de las sociedades posteriores para preservar la fe de quienes le sigan.

Pero al parecer, esos herederos de aquellos principios, han dado paso a una nueva “iluminación” que incluye hábiles formas de sugestión sistemática con el fin de privilegiar sus intereses y de paso, conseguir placeres de tipo sexual, beneficios económicos y autoritarismo sin control. Cualquier parecido con la realidad del país no merece calificarse de coincidencia.

Además, es sorprendente el discurso exclusivista que se pregona desde las tarimas en detrimento de comunidades similares como si la condición para alcanzar la salvación o la liberación (aquella que esgrimió el pastor Gámez para saciar sus aberraciones) estuvieran únicamente encerradas tras las puertas de sus lugares de reunión. Otra cualidad que distingue sus ejercicios homiléticos abarca las descalificaciones, señalamientos, prejuicios y hasta parcialidades evidentes en favor de ciertas castas de sus congregaciones.

Y lo increíble es que dichos personajes, algunos de ellos autoproclamados maestros, profetas, apóstoles, entre otros ficticios títulos nobiliarios, aprovechan sus cómodas posiciones frente a sus prosélitos para perpetuarse en las mismas o peor aún, heredar el mando (y obviamente los bienes adquiridos) a sus hijos o parientes cercanos, de manera directa o a través de convenientes alianzas mercantiles o matrimoniales al mejor estilo de las 
monarquías.

Sin generalizar la visión acerca de los llamados “enviados del Señor” porque también hay quienes entienden que su servicio implica respeto, comprensión y humanidad con el prójimo como prueba de su genuina fe, es lamentable percibir cómo se desvían los postulados originales de cualquier ideología religiosa en perjuicio de muchos seres humanos, que por ignorancia o ingenuidad, confían sus bienes y devociones a inescrupulosos personajes que no logran ir más allá de los superficiales actos emotivos o las simples impresiones discursivas que los ubican a la par de la clase política tan desprestigiada en la actualidad.

Los grandes maestros advirtieron del peligro de aquellos que usarían las escrituras sagradas como medio para lucrarse. Aun así, el sustento de esas palabras es sano en su origen y bueno en la práctica para quienes decidan acogerlo. Lo importante es recordar siempre las sabias palabras del carpintero de Galilea refiriéndose a aquellos que estaban sentados en la famosa cátedra de Moisés: “Hagan lo que ellos les dicen, pero no hagan lo que ellos hacen”

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