El Beso de Judas - Caravaggio (S. XVI)
Los principios de cualquier creencia
religiosa están ligados a la moral, la espiritualidad y la praxis de sus
enseñanzas plasmadas en sus libros sagrados. Y muchos líderes son, o deberían
ser, conscientes de ello. Sin
embargo, sucesos ocurridos con algunos de esos llamados “siervos del Señor” que
dejan al descubierto escándalos de abusos de todo tipo demuestran lo contrario.
Pero
no es solamente el caso del “pastor” Álvaro Gámez en Colombia, los abusos en
una escuela de Yoga argentina o el engaño de una mujer uruguaya que el Señor
supuestamente envió para que esclavizara a sus fieles trabajando gratis en sus
negocios particulares, lo que escandalizaría al más fervoroso seguidor de
dichas comunidades.
Según
los escritos del evangelio, Jesús compara a sus seguidores como luz para la
oscuridad, sal para la tierra. Quizá preveía que nuestro andar por este planeta
no sería una continua exaltación a la alegría o el goce perpetuo. Y en virtud
de ello, dejó su legado en manos de las sociedades posteriores para preservar
la fe de quienes le sigan.
Pero
al parecer, esos herederos de aquellos principios, han dado paso a una nueva “iluminación”
que incluye hábiles formas de sugestión sistemática con el fin de privilegiar
sus intereses y de paso, conseguir placeres de tipo sexual, beneficios económicos
y autoritarismo sin control. Cualquier parecido con la realidad del país no
merece calificarse de coincidencia.
Además,
es sorprendente el discurso exclusivista que se pregona desde las tarimas en detrimento
de comunidades similares como si la condición para alcanzar la salvación o la
liberación (aquella que esgrimió el pastor Gámez para saciar sus aberraciones)
estuvieran únicamente encerradas tras las puertas de sus lugares de reunión. Otra
cualidad que distingue sus ejercicios homiléticos abarca las descalificaciones,
señalamientos, prejuicios y hasta parcialidades evidentes en favor de ciertas castas
de sus congregaciones.
Y
lo increíble es que dichos personajes, algunos de ellos autoproclamados maestros,
profetas, apóstoles, entre otros ficticios títulos nobiliarios, aprovechan sus cómodas
posiciones frente a sus prosélitos para perpetuarse en las mismas o peor aún,
heredar el mando (y obviamente los bienes adquiridos) a sus hijos o parientes
cercanos, de manera directa o a través de convenientes alianzas mercantiles o matrimoniales
al mejor estilo de las
monarquías.
Sin
generalizar la visión acerca de los llamados “enviados del Señor” porque
también hay quienes entienden que su servicio implica respeto, comprensión y humanidad
con el prójimo como prueba de su genuina fe, es lamentable percibir cómo se
desvían los postulados originales de cualquier ideología religiosa en perjuicio
de muchos seres humanos, que por ignorancia o ingenuidad, confían sus bienes y
devociones a inescrupulosos personajes que no logran ir más allá de los superficiales
actos emotivos o las simples impresiones discursivas que los ubican a la par de
la clase política tan desprestigiada en la actualidad.
Los
grandes maestros advirtieron del peligro de aquellos que usarían las escrituras
sagradas como medio para lucrarse. Aun así, el sustento de esas palabras es sano
en su origen y bueno en la práctica para quienes decidan acogerlo. Lo
importante es recordar siempre las sabias palabras del carpintero de Galilea
refiriéndose a aquellos que estaban sentados en la famosa cátedra de Moisés: “Hagan
lo que ellos les dicen, pero no hagan lo que ellos hacen”
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