El silencioso anciano de blancos vestidos, recorre valles y cumbres con paso discreto, rumbo a la montaña bermeja donde aquel solitario guerrero pretende hallar la fuente de la eterna ventura. Transforma su rostro, sus brazos de fuego se extienden hasta el desértico abismo azul. Luego, sin espejismos, habla firme con apacible voz:
"Yo te responderé y no me preguntarás:
Hasta cuando se oiga la voz del estruendo
en la errante penumbra de la
guerra sin fin
Hasta cuando tus soberbias miradas
contemplen lo excelso de tu propia humildad
Hasta cuando los pies ligeros de afán
caminen seguros por la ruta del bien
Hasta
cuando domines tu frenética nave
en las profusas aguas de altamar
Hasta cuando desde lo hondo del corazón
inunden la tierra, las aguas del perdón
Hasta cuando se extienda tu bondad
sobre los otoñales jardines de olvido
Hasta cuando acalles tu oído afanoso
a la necedad dominante de victoria suprema
Hasta cuando el jinete de blanco corcel
afirme su estrado en la tierra de los vivientes
Hasta
cuando aceptes con gozo
la
bella melodía de tu eterna humanidad
Hasta
cuando cesen los ruidos del vano metal
en
las mesas colmadas de sed y ansiedad
Hasta
cuando en el sagrado altar de la alianza
ofrendes tus
añejos blasones orlados de miedo
Hasta
cuando regrese a los campos la infancia dorada
y se
deponga el alma guerrera teñida de rojo
Hasta
cuando veas al anciano de días, sabio y silente,