19 de agosto de 2012

Juegos sin niños



Imagen tomada de http://colectivo-ila.blogspot.com/2012/03/colombia-una-guerra-contra-ninos.html#!/2012/03/colombia-una-guerra-contra-ninos.html

Una profunda herida en la memoria se abrió nuevamente esta semana a raíz de la presentación del informe "Como corderos entre lobos" liderado por la politóloga Natalia Springer, que en los recientes años registra el aumento significativo del reclutamiento de menores de edad por parte de los grupos armados ilegales, una realidad tan palpable como ignorada en Colombia.

De acuerdo al informe, el 40 por ciento de los integrantes de los principales grupos guerrilleros son niños, que al contrario de lo que se piensa, no son vinculados voluntariamente a dichos movimientos sino que por presiones tanto internas como externas o amenazas de muerte, terminan militando en sus filas, aún cuando morfológica o fisiológicamente, no están mínimamente aptos para tareas propias de la insurgencia armada.

Las razones por las cuales esta absurda realidad se hace manifiesta ante los ojos de la opinión pública, son más amplias de lo que se ha creído hasta ahora. El conflicto armado que vivimos desde hace décadas sólo es el efecto detonante de factores socioeconómicos, culturales, educativos y familiares que permiten que fenómenos como éstos se fortalezcan cada vez con la mirada pasiva de quienes podrían hacer algo a favor de estos menores.

La pobreza extrema, la desigualdad social evidente en el país, la creciente violencia al interior de los hogares, donde los niños sufren los mayores daños físicos y morales, las escasas posibilidades de acceso a educación de calidad así como el desempleo que afecta a sus progenitores, lo cual, indirectamente los lanza en la búsqueda de oportunidades laborales a fin de obtener dinero para su subsistencia, son algunos factores que facilitan la inserción de los niños en la guerra.

De esta manera, estos dieciocho mil niños, según los datos del informe presentado por Springer, son partícipes activos del conflicto desde temprana edad y unos cien mil más son colaboradores de las bandas criminales emergentes surgidas desde los movimientos narcoparamilitares. Cifras de por sí alarmantes en su sola expresión.

Rostros impregnados de dolor, resignación ante el incierto presente con la muerte rondando cada minuto, manos infantiles que en vez de construir figuras de ciencia ficción, naves espaciales o grandes metrópolis con los inolvidables armatodo de años pasados, empuñan armas de fuego que, generalmente, los exceden en tamaño y fuerza, con el único fin de luchar por sobrevivir en las selvas del país.

También son destinados a realizar labores domésticas, especialmente las niñas, antes de alistarse en los combates, otras son usadas como objetos sexuales con la consecuente degradación de su dignidad humana e incluso, son entregados como señuelos en áreas urbanas o zonas de guerra.

Mirar de lejos las magnitudes de la real situación que viven los menores de edad involucrados en cualquier grupo criminal, no ha sido la mejor decisión. Los programas de reinserción han fallado en la atención integral a los niños, el sistema educativo centralizado en las grandes ciudades, los ha dejado al abandono y la poca aceptación por parte de su entorno, son obstáculos aún insalvables para ellos.

Compromisos estatales más allá de las conferencias de prensa, proyectos sociales cercanos a quienes más los necesitan y profunda conciencia por parte de los padres en cuanto a la formación de sus hijos, son algunos aportes que permiten cimentar el futuro de los niños colombianos que entre juguetes y crayones, buscan en lo oculto de sus corazones, esos mundos increados que desean ver la luz.

Numerosas historias de vida, se han truncado porque muchos protagonistas de voz infantil y mirada inocente, murieron bajo el fuego de las armas así como muchos más cayeron en el olvido y la indolencia de una sociedad que aun no ha aprendido a sanar sus dolores o curar las heridas de sus futuras generaciones ni mucho menos a forjar un mejor futuro para evitar que historias como las narradas por muchos de estos niños, vuelvan a repetirse como el siniestro final de una anunciada tragedia gótica.

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