Sorprendente
la decisión de la Corte Suprema de Justicia de denunciar penalmente por injuria
a las columnistas de la revista Semana y el diario El Espectador, María Jimena
Duzán y Cecilia Orozco, por sus apreciaciones en sus respectivas columnas a
propósito de la decisión de cambiar al magistrado auxiliar Iván Velásquez,
principal encargado de investigar los nexos de políticos colombianos con grupos
armados ilegales de autodefensa.
No se
hicieron esperar reacciones de varios medios de comunicación nacionales y
extranjeros, organismos defensores de prensa e instituciones sociales del país
que manifestaron su rechazo ante la postura de la Corte, rama del poder público
tan discutida por sus controversiales decisiones que tanto a nivel político
como judicial, han causado polémica en el país
Con este
nuevo capítulo en la historia reciente, se reabre el pulso entre los organismos
del estado y la libertad de expresión, pregonada en el artículo 20 de la
constitución nacional, la cual, en su texto reza: … (Hablando de los derechos
de libertad de expresión) “… Estos son libres y tienen
responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación
en condiciones de equidad. No habrá censura”.
¿Puede
hablarse de censura manifiesta en el caso de las dos columnistas? ¿Podría
considerarse un desafío expreso a la opinión divergente? ¿Tiene razón la sala
penal de la Corte, en virtud de sus argumentos, formular cargos contra las
comunicadoras?
Partidarios y
contradictores de las “acusadas” han surgido desde todas las tribunas. De las
dinámicas redes sociales a las más renombradas voces del país en sus sitiales,
han tomado partido en este dilema sobre si se debe o no restringir la libertad
de expresión.
Lo expresado
en las columnas, refleja la visión que se tiene sobre una realidad palpable en
el sistema judicial colombiano. Y algunos medios, (no todos) en función de su
responsabilidad con la sociedad y consigo mismos, han revelado verdades ocultas
tras las magistraturas y los estrados, verdades que han cambiado el rumbo de
procesos importantes para la nación por la gravedad de sus implicaciones.
Así como en
el pasado, la mordaza de la ilegalidad a favor del crimen organizado, silenció
voces que se levantaron a favor de la verdad y la justicia, ahora parece que
hemos entrado a la elegante formalidad jurídica para acallar voces discrepantes
como en aquellas sociedades incivilizadas o dictatoriales que hacen prevalecer
sus intereses particulares por sobre los beneficios colectivos.
Más allá de
las ideologías religiosas, las doctrinas políticas o las percepciones
particulares, es preciso alzar la voz ante circunstancias como éstas, donde
solamente por exponer perspectivas opuestas frente a una realidad nacional, se
impongan estigmas y medidas represivas a la libre opinión cuando por épocas
pasadas en situaciones similares, el silencio cómplice ha primado en detrimento
de las víctimas, perdedoras de siempre, durante tantas décadas de violencia y
desolación.
Parafraseando
las palabras de la politóloga Claudia López al referirse a su inesperada salida
del diario el Tiempo, es sorprendente ver que el epicentro de la justicia en
Colombia no resista un debate sobre sus conflictos de intereses. Las decisiones
de la Honorable Corte Suprema de Justicia, contradicen su espíritu e
impresionan porque ahora, por medio de intimidaciones jurídicas, intenta llevar
hasta límites extremos a quienes opinen en desacuerdo con alguno de sus postulados.
Ojalá
episodios como éste, sólo queden en la memoria de nuestro pueblo como una
huella más en el proceso histórico vivido al umbral del nuevo milenio que con
sus vientos de cambio, destierre esa insana costumbre que tenemos de utilizar
la constante y continua confrontación como la única forma de perpetuarnos en el
tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario