10 de octubre de 2012

Desde la trinchera, una inspiración



Afín al ideario político del Che Guevara, el pintor Diego Rivera traza en sus murales el realismo socialista marcado por su carácter rebelde y su imponente presencia, casi intimidante, que coincide con su participación en la revolución mexicana de 1911. El punto inicial de la revolución cubana, generado en Ciudad de México, enmarca otro aspecto determinante en la conformación del grupo disidente al gobierno de La Habana: El Arte.

Ícono social y político indiscutible, Ernesto el Che Guevara, cobra gran primacía sobre otros líderes, incluido el propio Fidel Castro, quien en la película otorga suma importancia al médico argentino en el manejo de los grupos y la toma de decisiones fundamentales. 

En el campo artístico, el Che adquiere mayor connotación, a pesar de no ser reconocido como artista, ya que su figura emblemática, que envidiaría cualquier celebridad, ha inspirado a cientos de hombres y mujeres que como Alberto Korda, (el fotógrafo que captó para la posteridad la legendaria imagen del Che en la plaza de la Habana y que ha recorrido los cinco continentes) han exaltado con su genio creativo al hombre más allá del revolucionario, como símbolo del regreso a los orígenes, del despertar a la libertad, a la igualdad y al respeto al derecho ajeno como dijera el gran caudillo mexicano Benito Juárez. 

Ni siquiera la perversidad extrema que pudiera guardar corazón alguno, detendría ese anhelo inherente a todos los seres humanos: Alcanzar la verdadera libertad, aquella que logramos al dejar libre lo que más se ama, aún cuando el temor a perder nuestros más bellos recuerdos nos exponga a dejarlos esculpidos en la roca del pasado.

Los grandes personajes que recuerda la historia son, ante todo, seres complejos que se elevan por sobre las definiciones simples de los que están cerca o los que están lejos. 

El epíteto de “el Argentino” encierra más que una nacionalidad de la tarjeta de registro electoral ya que conjuga la pluralidad del pensamiento latino encaminado a derribar barreras físicas y formalismos mentales en busca del bienestar de toda una sociedad, que no obstante sus imperfecciones, juega un papel decisivo en la consolidación de valores sublimes como el perdón, el honor, la piedad, el sacrificio, la compasión o el amor con todas las contradicciones que ellos implican en la actualidad.

Aún así, el Che prosigue su marcha hacia la encrucijada que enfrenta el placer con el deber al costo de entregar la propia existencia no solamente como individuo, sino cual pueblo ávido de romper paradigmas en medio del ensordecedor ruido del materialismo absurdo e indiferente de la mayoría que desperdicia lo mejor de la profundidad de la dignidad humana. El objetivo del Che no era convertirse en un buen recuerdo. 

Quería quedar atrapado en la memoria histórica de los pueblos latinoamericanos subyugados por la represión de los poderes autoritarios pero anhelantes de una mayor conquista, la de su autonomía como raza, como ideario cultural y colectivo capaz de asumir su propio destino. 

Pero a su paso encuentra algo más grande, más indefinible y casi mágico. “Y en las sombras mueren genios sin saber de su magia concedida sin pedirlo mucho tiempo antes de nacer”. (Duncan Dhu)

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