(Escrito el 20 de Octubre de 2007)
Todo conflicto armado que se presenta en el mundo, reúne varios aspectos que giran en torno a él, incluso desde antes y después de su funesto desarrollo. Los intereses directos creados por los actores del conflicto priman en este punto con toda fuerza y sin importar las afectaciones a las que hubiere lugar pues se defienden dichos objetivos o “derechos” muy concretos que justifican la principal causa de un enfrentamiento con el oponente.
A
través de las décadas en nuestro mundo contemporáneo, han ocurrido diferentes
tipos de guerras en distintos lugares, con protagonistas dispares, con
armamento sofisticado que se utiliza en las formas de lucha, diversas aunque
discutibles y, por sobre todo, con resultados siempre catastróficos. Pero en
todo este largo historial de sangre y fuego, existen dos factores que son
comunes a la guerra y que, directa o indirectamente, han permanecido ahí,
a la sombra, beneficiados o perjudicados
pero siempre presentes.
Uno
de esos aspectos son las víctimas del conflicto bélico. Millones de seres
sufren en todo momento los estragos de
la guerra sin que puedan evitar los ataques y la violencia con la cual se viste
tal hecho. Ejemplos del pasado como Hiroshima, Nagasaki, Hanoi en Vietnam, el
Medio Oriente, repúblicas africanas, El Salvador, Nicaragua y, por supuesto,
Colombia, reflejan esta afirmación sin tener que hacer mucho esfuerzo para
imaginar la magnitud de dichas tragedias, sorprendentemente ignoradas por la
mayoría de los habitantes del planeta, gracias al pensamiento mercantilista de
los grandes medios masivos de comunicación.
Y aunque aquellos medios obvien las
verdades de fondo, son ellos quienes, con intención o sin ella, aportan el otro
factor que se considerará más ampliamente en este ensayo. Son los
corresponsales de guerra.
Un grupo pequeño de personas dedicadas a
cubrir los detalles y eventos de alguna confrontación bélica que se presente en
el mundo “moderno” sin dejar pasar, en lo posible, las verdades ocultas tras la
escena armada, no obstante que para ellos, lo que está en juego no es el dinero
o el prestigio de su carrera periodística sino que es la vida misma la que se
expone a cada instante.
Estos enviados también viven su propia guerra. Aparte
de luchar por obtener información valiosa y útil o de subsistir en medio del
fuego cruzado y de las hostilidades propias de estos acontecimientos, el
periodista de guerra enfrenta sus propios retos y para tal fin debe asumir un
rol protagónico pero discreto durante su tiempo de trabajo en una determinada
zona; debe ir, investigar, indagar y descubrir a través de mecanismos muy
sagaces, la verdad que unos guardan y otros celosamente vigilan. En el lenguaje
periodístico se conocen como las fuentes de información.
Se puede definir como una fuente de información a aquellas personas o entidades que conservan y manejan cierto tipo de datos acerca de un tema o hecho específico y que tienen la facultad de darlo a conocer a la opinión pública a través de los medios. En las confrontaciones armadas son de un alto valor periodístico pero con un discutible valor moral y ético pues depende de quién emita el concepto o la información y de la trinchera ideológica desde la cual resguarde su pensamiento. El mayor inconveniente a encontrar en las diversas fuentes es tener certeza de su veracidad e intención al dar una declaración.
En ocasiones puede suceder que el reportero es utilizado por uno de los oponentes como medio de reacción al bando contrario brindándole información negativa de ellos y colocando como suyas palabras que en nada se relacionan con la verdad. Una buena intención con una pésima interpretación puede resultar fatal en un proceso armamentístico y sus efectos serán muy perjudiciales para los que están dentro y fuera del conflicto.
Cada
uno de los protagonistas del enfrentamiento armado, es una fuente en potencia.
Sus representantes, sus posturas ideológicas, sus formas de expresión además de
sus metodologías de guerra, muestran al espectador, por medio del corresponsal
de guerra, un lado del conflicto, una cara de su “realidad”.
Pero,
¿necesariamente allí se encuentra toda la verdad? ¿No habría una posibilidad de
que tras el velo de la retórica o la represión, se escondan las verdaderas
intenciones por las cuales se genera un hecho que, en resumen, sólo deja
grandes pérdidas, miles (o quizá millones) de muertos con la consecuente
destrucción y atraso evidente en las naciones?
Por
tanto, el corresponsal de guerra asume el papel de actor externo del conflicto
pero en una posición tan arriesgada y peligrosa como la de los principales.
Enfrenta las posturas de los dos lados y con su habilidad, pericia, equilibrio
racional y social debe hallar esa parte verosímil que en ciertas ocasiones
puede ser tan distinta a la de los mismos participantes de la guerra, que
sorprendería ver cómo fabrican escenarios de guerra donde ambos convergen en
propósitos, que muchas veces son comunes a ellos, y que nada tienen que ver con
las posturas nacionalistas y de percepción que darían pie para iniciar un
enfrentamiento armado.
De modo que con todas las
limitantes del medio en el que se encuentra, necesita zafarse de la supuesta
objetividad informativa y enfilarse en la dura tarea de utilizar, en el sentido
literal de la palabra, a sus diferentes fuentes de información a las que pueda tener acceso; y con base en los datos
recopilados, hacer un análisis desapasionado y sin ninguna clase de intereses
creados (aunque esto sea difícil) para confrontar lo expresado por las fuentes
con lo visto en el campo de batalla, que ahora pasa a ser su campo en el cual
se forma una opinión que transformada en palabras escritas, habladas o
procesadas a través de la lente de la cámara de video, intente mostrar la otra
faceta de los sucesos dantescos que acontecen en el diario vivir de la guerra
sin olvidar que su objetividad siempre será subjetiva.
De
la misma manera que el periodista halla diversos elementos adversos en su
búsqueda de la información durante el proceso bélico, así también se ve
obligado a enfrentar a sus superiores que, a la distancia, pretenden influir en
la información de sus enviados pues tal es su concepto o es la imposición de
los propietarios del gran medio. Es absoluta responsabilidad del periodista
ejercer autonomía y defender sus espacios de libre expresión en aras de salvar
la nobleza del oficio y el estatus de profesión del mismo. Porque si esto no es
así, ¿a quién se podría creer? ¿Dónde se ubicaría la veracidad en medio de
tantas falacias?
En
consecuencia, el corresponsal de guerra necesita de sus fuentes como el día de
la luz. No existen periodistas omnipotentes que manejan textos, contextos y
conceptos en su sola potestad. Aquellos que tienen la información, que tienen
acceso a los datos, al dinero y, por ende, al poder, son el objetivo primario
de su visión periodística en procura de captar la realidad más cercana y con
esos fundamentos emitir, desde su punto de vista, una afirmación, una denuncia
o una noticia.
En
conflictos armados como los ocurridos en Centroamérica o Colombia, se puede
apreciar que la responsabilidad de los medios ha sido fundamental en el
desarrollo de los acontecimientos de guerra.
Por ejemplo, se pudiera mencionar
cómo los medios fueron determinantes en la década de los ochenta en El Salvador
cuando emitían domingo a domingo las homilías de Monseñor Oscar Arnulfo Romero
en contra del régimen militar imperante en ese momento.
Tales declaraciones
valerosas y desafiantes del purpurado le llevaron a la muerte en Marzo de 1.980
y con ello, el desencadenamiento de una sangrienta guerra civil que se extendió
por más de una década en todo el país pero que llevó al pueblo salvadoreño a
actuar decididamente, aunque indefenso, en la batalla contra la crueldad. Y
junto a esos luchadores anónimos, los periodistas que lograron subsistir,
mostraron a la faz del mundo las verdaderas situaciones que se vivían al
interior de la nación, en un claro reto a los grandes potentados que ostentaban
el mando , merced a las armas y la intimidación.
Y
en conflictos más prolongados como el de Colombia, que supera los cuarenta
años, los pocos cronistas de guerra actuales como Jorge Enrique Botero o el
profesor Lázaro Viveros, ejercen gran influencia en medio del conflicto entre
los insurgentes de la izquierda o de la extrema derecha y el Estado colombiano.
Últimamente, informaciones como la de Emanuel, el hijo de Clara Rojas,
compañera de fórmula presidencial de Ingrid Betancourt en el año 2.002, nacido
en cautiverio y revelada por Botero en un libro de su autoría o la primicia
mundial de la muerte de los once diputados del Valle del Cauca divulgada por
las FARC en su página de Internet y confirmada por el profesor Viveros,
reflejan la capacidad de profundización de los medios en temas relacionados con
los actores armados.
Son
escasos los buenos corresponsales o periodistas de guerra que actualmente
existen. Tal vez, la manipulación de los medios, el efecto mediático de los
mismos o la apatía de los periodistas hacia esta rama informativa por su riesgo
e incomodidad manifiesta, hacen que aún las guerras del siglo XXI sean
sólo espectáculos televisivos, de prensa o de Internet por los cuales desfilan
cada uno de los protagonistas de la guerra cuales vendedores de primera línea
que ofrecen las bondades de sus propuestas e ideologías con alto menosprecio de
las del contrario solamente porque no son acordes con las de ellos y, de paso,
justificar las atrocidades con frases de cajón que muestran la degradación del
ser humano (no de la guerra, que en sí es un acto inhumano y degradante)
Por
esto, el escritor, el locutor, el reportero o cualquier persona vinculada a los
medios masivos de comunicación, tiene la imperiosa necesidad de alimentarse de
sus fuentes pero nunca colocarse de un lado o de otro. No debe involucrarse
sentimental, laboral o ideológicamente con ellas ni colocarse en el extremo
opuesto debido a diferencias de criterios; eso sí debe mantener sumo respeto
por cada persona o institución así sus ideales no se compartan en su esencia y
en su forma.
La imparcialidad como bandera del periodista debe ser efectiva y
no ficticia pues siempre estará expuesto a que la realidad salga a flote en
algún momento inesperado por medio de un colega, de la audiencia o de las
mismas fuentes lo cual dejaría sin piso la credibilidad del profesional de los
medios.
Ante
todo, su prioridad es el lector, la radio audiencia o el televidente y es a
ellos a quienes debe dirigirse sin prepotencia ni ínfulas de sabelotodo sino
con la mira puesta en sacar el mejor provecho a los contactos que ha establecido
en función de su labor, que es revelar la verdad.
La
esencia de nuestra misión consiste en hablar cuando otros callan,
callar cuando muchos hablan, retarnos a nosotros mismos con la conciencia de la
responsabilidad ante el entorno social y, de ahí, partir a espacios y lugares
donde muchos rehusaron ir.
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