Novecientas catorce estaciones he recorrido en este nebuloso trayecto que
ha marcado mi ruta desde esa lluviosa tarde cuando el incesante reloj marcaba
el último segundo de aquella vida que como agua entre las manos, se disipó para
siempre.
Hoy, vuelo en las alas del recuerdo, de la nostalgia, quizá visto como un sutil
niño en su escondite caprichoso con el deseo de hallar en su interior, ese
refugio de antaño, transformado ahora en una inmensa cueva inhabitada que
amplifica las voces del dolor estruendoso pero sanador.
Mi Ángel en sueños de paz, mi refugio en soledad: Tu rostro de sol en
noches de penumbra disipa mis dudas, consuela mi alma y en tu regazo, respiro el
fragante aroma de tu nueva morada, un hogar de quietud que guardará tu inmortal
eternidad.
Madre, sé qué también estuviste ahí.
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